Un poema para mi hijo y breve reflexión sobre el trabajo de escribir, Ángel Gustavo Rivas


Poema que improvisé con Teodoro una vez que no quería hacer una planita que le encargué:

Hijo mío bonito, no quiero que llores,
yo quiero que aprendas a vivir feliz;
si duele la espina, perfuman las flores;
si el trabajo cansa, permite vivir. 

Rompe tus barreras para ver mejor.
Recuerda aquel salto de las escaleras:
por ir adelante, el miedo se fue.
No querías saltar, pero al fin saltaste
y cuando saltaste lo hiciste muy bien.
Parecían muy grandes los tres escalones,
como si imposibles de poder saltar,
pero con tus plantas, puntas y talones
bien aterrizaste después de brincar.

Te quitaste el miedo, que era la barrera,
y ya al destruirla pudiste saltar,
porque aquella barda que tanto estorbaba
no te permitía la verdad mirar.

Deja la flojera, no digas “no puedo”,
deja la flojera y ponte a escribir,
porque de que puedes, sabemos que puedes,
todo es empezar y después seguir. 

Ángel Gustavo Rivas

 


Breve reflexión tipo ensayo que sobre la escritura me aventé con el pretexto de los versos precedentes 

Al releer estos versos encuentro que algunos de ellos quizás no sean muy aptos para ser dirigidos a un niño, no por nada malo, sino simplemente por el registro del lenguaje y por el significado. Desde la primera estrofa, los versos 2 y 4 ya no parecen versos para un niño, que lo son, escribí este poema para mi hijo, con él a mi lado, y le leí estrofa por estrofa conforme las iba escribiendo. Sin embargo, y es por esto que he decidido escribir esta reflexión, creo que también los escribí para mí. No es la primera vez que siento esto, aunque ahora el ejercicio reflexivo, el ejercicio de análisis lo inicié realmente en la relectura, no ahora que transcribo esto a documento digital, sino desde antes, cuando releí el poema en el mismo texto manuscrito original, ese que escribí con pluma y sobre el reverso de la misma hoja en que Teodoro escribía aquella planita inconclusa y cuya fotografía acompaña esta publicación.

Todos los consejos o las aseveraciones en esos versos contenidas van, desde luego, realmente sinceras de mí para mi hijo, pero mi hijo es pequeño y en estos momentos muchas de ellas nada le dirán; a esta situación he decidido responderme que de este modo el poema más le dura: seguirá teniendo versos nuevos para etapas posteriores de la vida, no nuevos, sino de nueva comprensión acaso, de utilidad futura, utilidad que entrará en vigor más adelante, aunque los versos estén escritos ya, desde ahora.

Luego he observado también los versos de la última estrofa, toda, habla de la escritura y, al menos por ahora, el que de eso se ocupa principalmente -aunque mucho menos de lo que quisiera- soy yo, y digo principalmente porque justo esta semana Teodoro escribió su primer cuento, se llama “Caperucita con el conejo” (lo publicaré, junto a video donde lo lee, en este mismo Jacalito), lo escribió por encargo de su maestra, pero igual vale porque es de todos modos su primer cuento y fue él con sus manos, su lápiz y su imaginación quien lo ha creado. También yo, de hecho, escribí mi primer cuento, como tal, por encargo de una maestra, bastante más grande ya, de la edad de 14 años, en primero de prepa. 

Bueno, retomando la estrofa, es un llamado a escribir, a dejar la flojera, a vencer las barreras mentales que nos dicen que no podemos; Teodoro no quería escribir, es cierto, pero en ese caso la escritura era un encargo que tenía el fin de practicar el ejercicio mecánico de la escritura, no era escritura creativa, tenía que copiar lo que ya antes yo había escrito, por lo tanto, quizás esa estrofa resulte, aún más que los dos versos primero citados, una estrofa en la que me hablo, en la que intento quizás comunicarme conmigo. Podría parecer una locura, pero los recursos del espíritu nos pueden sorprender, las salidas del subconsciente son diversas. 

Es un hecho, y no es nuevo desde luego, que quienes escribimos escribimos para nosotros, pero también para los otros, y en poemas como éste, que son exprofeso, según la intención de uno, escritos para un otro, quizás valga la pena, en general, ponerle atención a estos detalles. Lo digo, ahora sí, también para los otros, para quienes me leen, para quienes escriben, para quienes quieren escribir.

La reflexión sobre la escritura propia es, en mi opinión, la primera y la más importante herramienta para mejorar como escritores, y, de hecho, la única imprescindible (la lectura es requisito previo y permanente). Yo siempre he pensado que el taller más importante al que puede asistir un escritor o alguien que desea serlo, es el taller con uno mismo, el autotaller, el trabajo propio con el trabajo propio, es decir, el trabajo propio sobre la escritura propia. La postproducción escritural, podríamos llamarle, aunque en realidad la postproducción escritural sería sólo una parte de este trabajo del que hablo, que tendría -tiene- muchas más áreas de acción, por ejemplo la sola reflexión, más allá del llamado “pulimiento” de los textos, pulimiento que consiste en actividades como revisar la pertinencia de algunas palabras y decidir si se quedan, se cambian o se van, revisar si conviene algún cambio en la estructura de tal o cual frase u oración, detectar palabras que acaso se repitan más de lo conveniente o rimas involuntarias que quizás convenga eliminar u otra cantidad de cosas por el mismo estilo.

La reflexión sobre la escritura, por otra parte, puede ejercitarse largamente y con mucho provecho incluso sobre textos que hayan ya sido descartados después de mucho trabajo en el intento de su pulimiento. Yo tengo, literalmente, miles de páginas en documentos de word y en libretas de textos que he descartado y que lo más probable es que nunca publicaré, pero con todos ellos he aprendido, incluso  a eso, a descartar, porque no se trata de publicar absolutamente todo lo que a uno le sale al escribir.

Hay textos también que, a pesar de ser ya textos descartados, de repente me encuentro hojeando alguna vieja libreta o explorando documentos digitales y, pese a que no serán nunca publicados, en la relectura les hago cambios ocasionalmente, es decir, los sigo trabajando, tallereando, editando, aún tratándose ya irrevocablemente de textos fallidos. El texto no saldrá, pero el trabajo que sobre él se haga beneficia al escritor, abona a su oficio, agranda su experiencia, aguza su capacidad de observación, refuerza su capacidad crítica, aumenta sus posibilidades de escribir mejores versos a futuro.

Si un texto de tanto tallerear desaparece, está bien, no se pierde con ello, se gana; la eliminación de ese texto mediante el trabajo, la reflexión, la crítica y la honestidad, será parte en la escritura en el futuro de mejores textos, ese texto vivirá en otros, quizás no el texto en sí mismo, pero sí el trabajo, el aprendizaje, el mejoramiento del autor con ese texto. 

Nota: aunque lo publico apenas, de la escritura de este poema improvisado han pasado más de un año y medio y cerca de dos; Teodoro en aquel entonces no escribía, es decir, no escribía literatura, sólo yo; ahora Teodoro es también un creador, tiene siete años y está a punto de terminar su primero en la primaria -desde casa por la pandemia- y escribe, desde hace una semana, una historia de ficción a la que él mismo se refiere como su novela y que será, que es, sin duda, su primer libro, como él mismo dice también. De esa novela publicaré aquí, muy pronto, el primer capítulo.

Ángel Gustavo Rivas


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1 comentario en “Un poema para mi hijo y breve reflexión sobre el trabajo de escribir, Ángel Gustavo Rivas”

  1. Muchas veces, creo, la labor del escritor es oscura, no sabemos lo que hay ahí, este breve ensayo lo revela un poco, muchas gracias.

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