Los hijos pequeños y el celular
No sé cuántas puedan ser infundadas, pero a mí la paternidad me ha generado y me sigue generando desde luego un montón de preocupaciones, hoy voy a hablar de algunas de ellas, algunas que tienen que ver con el uso del celular en los niños, con el uso del celular por parte de mi hijo.
Algunas de estas preocupaciones quizás algo tengan de romántico y sean propias de una generación de transición, como considero que es la mía, pero otras sí son definitivamente objetivas y tienen que ver, de hecho, con posibles daños a la salud y a la atención o capacidad de atención de mi hijo.
Muy bien, empiezo. La primera, una en relación con afectaciones a la salud y que podría además dejar secuelas para toda la vida, es la posibilidad de que por el exceso de exposición pueda estársele generando algún grado de estrabismo. Ahora ya no tanto (o acaso me he fijado menos o me haya acostumbrado), pero hace algún tiempo me parecía ver eso.
Lo que decidí fue permitir que usara menos tiempo y por periodos más cortos el celular, lo que hice fue hablar con él y explicarle, expresarle mi preocupación y decirle lo que haríamos. Por supuesto su carita fue de tristeza, no discutió -acaso era muy chico todavía- ni lloró, pero se puso triste.
Lo ideal sería, desde luego, no haber permitido nunca que llegara a haber jornadas prolongadas de uso del celular, pero el caso es que eso sucedió. Luego he intentado ir variándole las pantallas, es decir, le permito usar más tiempo la computadora o la televisión y le pido que se mantenga a una cierta distancia, en lugar del celular. Pienso que el celular podría generarle o estimular el avance de un posible estrabismo por ser una pantalla mucho más chica, que además mantiene demasiado cerca de la cara, puesto que suele cargarlo en sus manos.
También probé a prestarle el celular pero manteniéndolo sobre una mesa, con una base porta celulares, para que no tuviera que traerlo en las manos y se mantuviera un poquito más distante, pero en definitiva la mejor opción para el caso es una pantalla más grande y una distancia igualmente mayor.
Es difícil o impracticable y muy probablemente inconveniente privarlos por completo de dispositivos móviles, como el celular o la tableta, pero es indispensable, así mismo, estar siempre al pendiente del tiempo de uso y la manera en que lo usan.
Nuestros niños, lo sabemos bien, no pueden cuidarse por sí solos, no tienen la conciencia necesaria aún de las cosas, y sólo desean pasársela bien. Sin duda en la mayoría de los casos no es fácil, pero debemos esforzarnos por buscar el equilibro en las actividades y las mejores maneras de comunicarles nuestras decisiones.
Yo, por mi parte, siento desde luego con frecuencia algún poco de inquietud en la consciencia porque tiendo a pensar -y no creo equivocarme- que si pasara más tiempo compartiendo con él actividades, él tendría quizás hábitos más sanos en cuanto al uso de estos dispositivos, -y esto, pienso, es un mal general, o muy amplio, de la paternidad-.
La verdad es que intento estar lo más que puedo, pero ya saben, algunos podemos más y otros menos, depende de muchos factores y entre ellos uno que pesa mucho es la situación económica, entre más tranquilidad económica hay, más tiempo y de mejor calidad uno puede tener no sólo para con los hijos, también para con uno mismo y en otros aspectos.
De cualquier manera, lo importante es estar siempre atentos y cuidar a nuestros hijos lo mejor que podamos; si vamos a causarles alguna pequeña tristeza hoy, a cambio de asegurarles un mejor bienestar en el futuro de su vida de adultos, yo creo que vale la pena. Esas pequeñas tristezas, además, se olvidan pronto y se curan fácil, con amor y compañía.
No olvidemos que es necesario que guiemos a nuestros hijos y que necesitamos en ello ser firmes y objetivos, fuertes y amorosos. Su bienestar general es el objetivo, su bienestar general para ahora y para el futuro.
La segunda cosa que al respecto me he puesto a pensar es que, si descuidamos un poco el asunto, los niños se vuelven verdaderamente adictos, con las implicaciones de sufrimiento que tiene en sí la patología de la adicción, y no queremos eso para nuestros hijos.
La adicción es algo terrible, una adicción es una relación de dependencia, de necesidad indiscriminada, de necesidad eterna, por lo tanto, padecer una adicción significa carecer de libertad. La psique de nuestros hijos estaría secuestrada, sus pensamientos estarían siempre ocupados en una sola y única cosa: el celular, los juegos del celular, las aplicaciones de juegos. De verdad que eso me parece terrible.
Lo he vivido con mi hijo y me he sentido realmente mal de ver cómo no podía sustraerse de estar siempre pensando en Minecraft o en Plantas contra Zombies en su momento, o en los canales de Youtube que suele ver. Y si hablaba, en cualquier momento, siempre era para eso.
Cuando lo recogía en el kinder lo primero que me contaba era una cierta forma de hacer alguna cosa en algún juego, ya una casa grande y bonita y segura en Minecraft, ya una estrategia o cosa parecida en Roblox. O me contaba las últimas cosas que había visto en el canal de Karim juega o con Plech (a quien ya no vemos porque se volvió muy grosero), o con Macoto, etcétera.
Esto estuvo sucediendo un tiempo corto porque puse inmediatamente manos a la obra, me puse en acción en todos los aspectos y ahora mi hijo controla mucho mejor eso, no es ya un dependiente y de pronto otra vez vuelve a jugar con sus carritos. Sigue jugando con el celular, por supuesto, y viendo videos, y habla de vez en cuando de ambas cosas, hablamos, pero ya no es lo único que hay siempre en su mente.
He visto, y esto es importante, que a pesar del grado de adicción que había llegado ya a desarrollar, está perfectamente dispuesto a dejar de ver videos y de jugar con aplicaciones del celular, si yo puedo estar más tiempo con él. A nuestros hijos, pues, les hacemos falta cerca, presentes, allí. Nuestros hijos nos necesitan con ellos.
Ellos tienen, ahora que son pequeños, una necesidad enorme de compartir lo que están aprendiendo, lo que descubren, lo que crean, lo que piensan, lo que desean, lo que les gusta, lo que los inquieta, lo que se les ocurre. Necesitan que les brindemos compañía y que les pongamos atención.
Y cuando digo compañía hablo de compañía efectiva, real, total, práctica, interactiva.
No es compañía interactiva, por ejemplo, estar cerca pero trabajando en la computadora o en cualquier otra cosa (taller, por ejemplo). No es compañía suficiente, porque no se genera la interacción que produzca la sensación de compañía efectivamente; se vuelve un acompañamiento físico sin acompañamiento emocional, y eso genera, a final de cuentas, la sensación de soledad.
Nuestros hijos están interactuando en el mundo, en diferentes espacios y con diferentes personas, este cambio de escenarios y de personajes puede verse como un recorrido en tren, donde cada escenario o espacio diferente sea una estación, y se necesita, definitivamente, que en el espacio del hogar se genere el sentido de pertenencia, la sensación de seguridad, y eso sólo es posible si los individuos del hogar, es decir, nosotros, su familia, nos involucramos mucho más y de manera más personal y afectiva con ellos que todos los individuos de las otras estaciones en el camino del día.
No es suficiente compartir el mismo espacio por más tiempo que en la mayoría de los otros lugares, (lo que, por cierto, en tiempos de clases normales no sucede: los niños pasan más tiempo en la escuela y buena parte del tiempo en casa es durante la noche, en que no hay interacción). Los niños saben que somos su familia y que la casa es el lugar adonde se llega al final del día, eso ya es algo, pero no es suficiente, el hogar lo hace sobre todo la familia, la convivencia familiar, no el inmueble.
Necesitamos generar en nuestros hijos la sensación, la seguridad de que sus papás estamos siemprea allí y de que estaremos siempre allí, y esto no se logra con la sola presencia física, ni con salvarlos heroicamente de los perros en la calle y defenderlos siempre afuera; eso es indispensable también, pero es sólo una parte. La otra parte es la de la cotidianeidad en el hogar, estar no es estar si no nos involucramos con ellos y con sus emociones de manera interactiva. El amor es práctico o es como si no existiera, no puede ser sólo teoría.
Entonces, qué hacer. Bueno, creo que una forma de empezar es darse siempre un tiempo para jugar con ellos, de preferencia con juguetes tradicionales, (carritos, muñecos, juegos de mesa…), pero si no se tienen o no es factible aún por alguna razón (como la mucha insistencia del niño o niña de que sea un videojuego) se puede empezar con videojuegos, y poco a poco ir convenciendo al peque de utilizar los juguetes de nuevo.
Ver videos juntos también es bueno, pero para fortalecer los lazos, para fortalecer la relación entre padres e hijos y generar esas sensaciones que deseamos generar de seguridad y confianza, son mejores los juguetes, y aún los videojuegos, que los videos, puesto que de las tres cosas los videos son los que menos interacción permiten, es una actividad mucho más pasiva que la de jugar.
Si hay tiempo para hacer las tres cosas, mejor, si no, hay que priorizar en este orden: juguetes tradicionales, videojuegos, videos o películas.
Cuando se hayan visto videos o películas juntos, siempre debe procurarse la interacción posterior a la visualización: se puede platicar el actuar de un personaje, se puede jugar a que cada quien es alguno de los personaje y actuar una escena o bien inventar otra, pero siempre es de suma importancia generar interacción, tener actividad, usar los sentidos juntos.
A veces nuestros hijos no se sienten seguros de contarnos lo que les sucede, y eso es porque no hemos creado esa relación de confianza, no los hemos ayudado a confiar en nosotros; a lo mejor no saben que lo mejor es contarnos las cosas que les pasan para que nosotros podamos ayudarlos, y entonces se guardan sus experiencias negativas y no reciben de nosotros la orientación y el apoyo que podría irlos formando desde su infancia para afrontar mejor cada situación complicada de la vida. Esto, desde luego, resta a su calidad de vida. No estarán siendo todo lo felices que podrían ser.
No podemos esperar que nuestros hijos entiendan que pueden o deben confiar en nosotros si ellos simplemente no sienten esa confianza; la confianza no se logra dando explicaciones, sino generando sensaciones. Por eso la forma correcta de lograr su confianza es desarrollando una relación afectiva cercana. Y esa relación afectiva cercana se logra con la interacción diaria, por ejemplo como he descrito arriba.
Muy bien, volviendo al tema del uso del celular y para cerrar este artículo, ya sólo comentaré porque dije al principio que una de mis razones era acaso romántica, y es porque entre más los niños juegan con el celular, menos juegan con los juguetes tradicionales. A mí realmente me gustaría que mi hijo jugara más tiempo con los carritos, por ejemplo, que con el celular. Pero los tiempos cambian y cada uno debe de vivir en el tiempo suyo. También nuestros abuelos habrán sentido nostalgia al ver que nosotros jugábamos con autos de control remoto y otros juguetes modernos en detrimento del valero, por ejemplo. Eso es ya meramente una sensación personal.
Por ahora, pues, es todo. Pero sigo por acá escribiendo. Si te ha gustado este texto, te sugiero suscribirte al blog y así te enteras de cada vez que publique otro.
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